lunes, 31 de enero de 2011

martes, 18 de enero de 2011

La super-comunicación

Hoy, en los tiempos de las telecomunicaciones, la era de la información, en la supercomunicación, estamos más solos que nunca.

Nuestros chats, e-mails, posts y mensajes de texto superan con creces a las situaciones naturales de comunicación interpersonal verdadera. La ecuación no cambia ni siquiera homologando a las llamadas telefónicas como naturales.

Paulatinamente, el medio de expresión que usamos para comunicar nuestros pensamientos, emociones, decisiones, gustos y preferencias, necesidades, etc., está siendo digitalizado por nosotros mismos: estamos dejando de utilizar nuestros sentidos para traducirnos a nosotros mismos en fríos caracteres que viajan por internet. Estamos frente al desmoronamiento de nuestras relaciones y de nuestro ser, por cuanto nos definimos como seres humanos en relación a quienes nos rodean. Estamos perdiendo el tacto, el olfato, la voz, el oído. Todo pasa por nuestra vista y nuestros dedos en el teclado.

En un mundo cada vez más interconectado, vivimos la paradoja de la soledad extrema con una naturalidad aterradora.

Como si no tuviéramos chance de ver el cuadro desde afuera, ver con objetividad cómo nuestra red de relaciones reales, cara a cara, es afectada.

Mientras tanto, la posmodernidad arropa bajo su manta a toda esta nueva fenomenología y la toma como parte de la evolución natural del hombre, como parte del laissez faire y el sinsentido que gobierna claramente el mundo y se adueña de nuestras relaciones.

I.T.

Evidentemente, nos encontramos frente a la necesidad creada de manejar un volumen de información superior a cualquier previsión de la naturaleza: podríamos pensar que no fuimos diseñados para esto…

Tal vez estemos, con la ayuda de los ordenadores, caminando despacito el camino que nos lleve a convertirnos en máquinas, a deshumanizarnos, a virtualizar lo real y a hacer tangible lo que nunca podría haber sido.

Paralelamente, es fascinante el recorrido del hombre, su progreso, su motor. Es fascinante y peligroso, luminoso y oscuro como la existencia misma.

La gran pregunta, ¿a dónde vamos? Los mejores futurólogos se animan a una módica previsión de una década. Mientras tanto, vemos a las cosas avanzar a una velocidad totalmente inédita. Vemos a la ciencia meterse en recovecos en los que nunca estuvo. Vemos a la tecnología apantallarnos y masajearnos de un modo que nos sorprende permanentemente, creando en nosotros niveles de dependencia inconcebibles hace sólo un par de años.

Pero en todo, el hombre es así. Nos acostumbramos a las cosas y dependemos de ellas. Se ve que en algún rincón del ser tenemos esa aspiración al status quo que tal vez sea inherente a nuestra condición humana, al menos de la mayoría.

Creo que no necesitamos ninguna revolución de las máquinas contra los hombres para que ellas nos dominen y nosotros dependamos de ellas. Ese día ya llegó.

domingo, 16 de enero de 2011

El flash idealista

El flash idealista que congela el instante.

Una polaroid de locura perfecta, proyección de todas las carencias sobre la esencia de ese ser desconocido.

La mente se envuelve en un extraño sopor de completitud, de perfección, de ver y casi tocar ese sueño desconocido pero alcanzado, encontrado sin buscar, o buscado sin conciencia.

Entonces la angustia se torna vívida y certera, y el hueco mudo se despierta a los gritos, y ya nada puede seguir siendo como antes, porque antes no se sabía que se necesitaba y ahora la pieza necesaria para completar el ser personal está ahí mismo, parada, sentada, conversando amablemente.

Y uno, con la desesperación de tener las manos atadas, los pies dormidos, la lengua seca, el aliento congelado, se resigna a dejar pasar el momento con la esperanza de una nueva coincidencia, de algún hada madrina que oficie de facilitador para un nuevo encuentro, volver los contadores a cero, y volver a empezar.